viernes, 20 de abril de 2012

De pasitos de ballet y aplausos

Como soy una persona bien culta (? ayer por la noche me fui al teatro a ver ballet. Venía hace tiempo esperando la oportunidad y finalmente, se dio.  ¿Qué obra? El lago de los cisnes.


Curioso que al verla fui acordándome de ciertas partes de la película "El cisne negro" y pensaba "Ahhh, ahora sí". Pero bueno, eso me pasa seguido así que no es de gran importancia. Eso de andar relacionado pensamientos perdidos es algo normal en mí.

Yo creo que a muchos les sigue sorprendido que me guste la música clásica y el teatro, pero no sé qué es lo raro de disfrutar este tipo de cosas. Clasificarlo de "aburrido", "sin sentido", etc, etc me parece una burrada. Tal vez sea que no sepan apreciar la belleza que supone, pero no podemos pedirle peras al olmo si hay personas que no sepan diferenciar un piano a un órgano.


La noche tuvo sus pros y sus contras, como todo. Por supuesto, la obra y la orquesta fue lo mejor. Me sentí en el cielo al escuchar algunas de mis piezas favoritas ser tocadas en vivo y no de un cd, como normalmente me pasa. Es pensar y sentir "Esto es música". Para una persona que disfruta de sentarse con un buen libro, un café en el sillón, escuchando música clásica, eso fue verdadero deleite.


Pero, por otro lado...la gente. No voy a criticar tanto el ruido que hacían algunos, porque era más bien la "culpa" del teatro, al ser madera vieja y ante el más mínimo movimiento se podía escuchar el rechinaje. Seguro que si hubiera ido a palco hubiera sido distinto, pero será para la próxima. Lo que sí, gracias al cielo que Dios me bendijo con paciencia, porque si no a estas alturas estoy en la cárcel por asesinato. Resulta que la chica que estaba sentada al lado mío se inclinaba hacia adelante, apoyándose contra la baranda, y recostándose con sus brazos sobre ella, por lo que a mi no me quedaba otra opción que hacer lo mismo para poder ver el escenario. ¿El resultado? Una contractura padre y el futuro gasto desorbitante con un masajista si quiero calmar las piedras que son mis hombros y mi espalda. No entiendo porqué no podía sentarse como una persona. Si me dijeran que los asientos eran incómodos, todavía, quizás los acepte. ¡Pero no lo erán! Hacia tiempo que no sentía la desesperación por acostarme aunque sea para calmar un poco el dolor.

Y, finalmente, lo peor. Yo me pregunto, y me seguiré preguntando, ¿cuál es la necesidad de gritar en un teatro? Ya me había pasado el año anterior, cuando fui a ver al violinista Xavier Inchausti, y el hombre que se encontraba detrás mío comenzó a gritar al final "¡Bravo! ¡Capo!", entre chiflidos y aplausos. El teatro no es la cancha, no es un recital de rock donde los gritos son bienvenidos. El teatro tiene cierta sofisticación y delicadeza que me merece ser respetado como tal.

Los antiguos griegos aplaudían para dar su aprobación a una obra. Los romanos chasqueaban los dedos, aplaudían y hacían ondear la punta de sus togas.  Palmear un mano con la otra puede derivar de palmear la espalda de otra persona cuando es felicitada. Como es obvio que las personas no pueden palmear la espalda de los actores, aplauden.

El hecho de que en los teatros, históricamente, solo se aplaudiera tiene que ver también con la etiqueta. Algo que se ha perdido, si se me permite. Es como querer ir al teatro con zapatillas gastadas, una remera y un buzo. Es algo ilógico, irrespetuoso, rídiculo y fuera de lugar. El teatro tiene su etiqueta y hay que respetarla. Hay algunas personas que creen que gritar aviva el concierto, músicos incluidos. Para mi, el aplauso y, si es merecido, una ovación de pie, es la mejor manera de demostrar la aprobación.

Tal vez sea que yo soy una respetuosa de las tradiciones.

Tal vez sea que simplemente soy especial.

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